Notre Dame y los nuevos dilemas del patrimonio: entre la memoria, la tecnología y la autenticidad

Tras años de reconstrucción, la emblemática catedral de París reabrió sus puertas en diciembre de 2024. Su restauración, impulsada por tecnología de punta como los modelos BIM y escaneos 3D, ha despertado celebraciones… pero también preguntas de fondo: ¿podemos hablar de patrimonio auténtico cuando lo que se reconstruye es una réplica casi perfecta? ¿Qué se gana –y qué se pierde– cuando la cultura se digitaliza?

Por siglos, la Catedral de Notre Dame ha sido mucho más que un símbolo religioso o una joya del gótico europeo. Ha sido escenario de coronaciones, revoluciones, restauraciones, novelas románticas, guerras y redescubrimientos. Por eso, cuando en abril de 2019 el fuego consumió parte de su techumbre y su icónica aguja, el mundo entero sintió que una parte de la historia ardía con ella.

Hoy, seis años después, su reconstrucción está completa. Con una inversión cercana a los 850 millones de euros y una movilización internacional sin precedentes, el templo volverá a volvió a abrir sus puertas. Pero su regreso no se debe solo a la pericia de canteros, carpinteros, herreros y restauradores. Detrás del renacer de Notre Dame hay un protagonista tecnológico: el “gemelo digital”, una representación tridimensional de alta precisión construida a partir de tecnologías como el escaneo láser, la fotogrametría y el sistema HBIM (Historic Building Information Modeling).

Esta réplica virtual fue elaborada antes del incendio por el historiador de arquitectura Andrew Tallon y su equipo. Gracias a ese registro, se pudo iniciar la restauración con una precisión milimétrica, incluso en zonas que habían quedado completamente destruidas. Sin embargo, el uso de esta tecnología, celebrada por muchos como una herramienta revolucionaria para la conservación del patrimonio, también ha suscitado reflexiones más críticas desde el campo de la arquitectura y la cultura.

¿Un “gemelo”… o una cáscara?

Para Chiara Palazzi, arquitecta y académica del Campus Creativo de la Universidad Andrés Bello, el concepto mismo de “gemelo digital” resulta problemático:

“Aunque el uso de modelos digitales tridimensionales en conservación patrimonial se ha consolidado con fuerza en la última década, la iniciativa de crear un ‘gemelo digital’ de la catedral de Notre-Dame plantea cuestionamientos conceptuales relevantes. El término ‘gemelo’ es equívoco: lo que se genera es una representación visual del envolvente físico del edificio, y no su réplica integral”.

Palazzi enfatiza que esta digitalización, por precisa que sea en términos geométricos, no logra capturar lo que realmente constituye el valor patrimonial de un edificio:

“La cáscara digital no logra incorporar ni conservar las técnicas constructivas tradicionales, las huellas históricas, las transformaciones acumuladas ni las significaciones sociales. Se corre el riesgo de reducir el patrimonio a una experiencia espectacular, perdiendo de vista su autenticidad material y cultural”.

Tecnología para resistir el tiempo

La mirada del arquitecto y académico Alan Fox complementa esta visión desde un enfoque más pragmático. Para él, la conservación digital debe entenderse como una forma de resguardar lo que el tiempo inevitablemente deteriora:

“El tiempo, no solo los terremotos o los incendios, va borrando poco a poco la superficie de las esculturas, edificios e iglesias. Todo cuanto existe es afectado por la reología, esa ciencia que estudia la deformación paulatina de la materia”.

Fox recuerda el caso chileno de la aldea ceremonial de Orongo en Rapa Nui, donde hace más de una década se realizó un levantamiento 3D de los petroglifos para anticiparse a su fragilidad extrema:

“En estos procesos se trata de registrar, documentar en forma tridimensional el patrimonio hasta el mínimo poro. Y con esa información, reproducir la forma y sus detalles a la perfección, incluso en otra materialidad. No es una réplica banal, es una estrategia de supervivencia del conocimiento”.

La tensión entre memoria y simulacro

El uso de tecnologías como los gemelos digitales abre entonces un debate profundo: ¿qué es lo que realmente conservamos cuando restauramos un edificio patrimonial? ¿La forma? ¿El espíritu? ¿La memoria?

En el caso de Notre Dame, la restauración ha apostado por reconstruir fielmente su apariencia antes del incendio, incluyendo su icónica aguja diseñada en el siglo XIX por Eugène Viollet-le-Duc. No se ha optado por reinterpretaciones modernas ni por dejar las huellas del siniestro como memoria material del desastre, como sí ha ocurrido con otros patrimonios.

Este gesto ha sido leído por algunos como una decisión política, una forma de reafirmar una identidad nacional. Pero también ha sido interpretado como una pérdida de oportunidad para abrir una nueva narrativa sobre el patrimonio en el siglo XXI: una que no solo celebre el pasado, sino que dialogue con las heridas del presente.

¿Y en América Latina?

Más allá del caso francés, los especialistas coinciden en que la experiencia de Notre Dame ofrece una lección global. En América Latina, donde abundan los patrimonios en riesgo –desde iglesias coloniales hasta ciudades enteras en zonas sísmicas–, contar con registros tridimensionales puede marcar la diferencia entre la restauración posible y la pérdida irreversible.

Sin embargo, aún falta mayor inversión, coordinación institucional y conciencia pública sobre el valor de estas tecnologías. Para Palazzi, es crucial que estos modelos digitales no reemplacen la comprensión profunda del patrimonio:

“Necesitamos que la tecnología sea una aliada, no una sustituta. El riesgo es que terminemos reemplazando el cuidado del original por la fascinación con su copia”.

Un renacer que es también un desafío

La reapertura de Notre Dame no solo fue una fiesta en Paris, es también una oportunidad para repensar, a escala global, cómo nos relacionamos con nuestros legados culturales, cómo decidimos qué conservar, qué reinterpretar, y qué estamos dispuestos a dejar ir.

Porque, como bien lo recuerda Alan Fox, “levantar para replicar” no es solo un gesto técnico. Es un acto ético. Una forma de enfrentarse al tiempo, al olvido y a nuestra propia responsabilidad con la historia.

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